sábado, 2 de agosto de 2008

Bienvenida al Cielo

Me vi sumida en un mar de aguas negras.
Abrí mis ojos dentro de él para notar la infinidad cruda del agua y alguna luz penetrante desde la superficie inalcanzable que se encontraba a eternidades de mí.
De pronto me di cuenta de que en la masa de agua no podía respirar y la desesperación absorbió por completo mi cuerpo. Intenté bracear y patalear hacia la superficie pero me fue inútil, el aire no existía, estaba atrapada en un mar interminable sin opción a sobrevivir.
¿Cómo había llegado allí? ¿Sería un sueño? Si lo era, era una pesadilla. O tal vez no, tal vez hundirme en esas aguas cristalinas era lo que necesitaba para despertarme. Como fuese, el aire se acababa dentro mío y moría de a poco, pero no me daba cuenta. No existía un fondo al cual caer [ni con el cual impulsarme hacia arriba] y me estaba privando de llenar mis pulmones con agua.
Dejé de moverme sin objeto ya que estaba haciendo malos movimientos y me puse en posición fetal dentro del agua, resignada a llegar a la superficie y respirar una vez más. Mis ojos ardían, por lo que decidí cerrarlos, y disponerme a ahogarme.
El agua estaba helada, pero la hipotermina que me había provocado me llevó a no sentir sus penetrantes punzadas en mi cuerpo desnudo.
A punto de morir, la luz incandecente volvió a destrozar mis pupilas y me sacó del estado de horror en el que me encontraba. Ahí fue cuando comprendí que estaba con mis pulmones llenos de agua y no podía hacer nada. Impulso, preferí llamarlo cuando tocí para expulsar el agua. Estaba muerta. Bienvenida al Cielo.

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