viernes, 16 de enero de 2009

YOUNGHEARTS

Las risas caldearon el tiempo.
Estaba sentado, ella a su lado, negando la ridículez de lo recién leído. Ella se paró y lo miró de cerca mientras él le devolvía con fiereza la mirada, apenas milímetros los separaban y cada vez se hacían menos, cada vez el tiempo era menos.
Dos segundos. Tardó dos segundos en hacer que se parara y arrasarlo, tenerlo más cerca que nunca, recordar el calor, desvestirlo y sentir que la desvistieran, él la desgarraba con delicadeza y la colocaba sobre las sábanas dejándola debajo suyo, dominando, dejándole un miedo dulce en las venas, verla extráñamente cerca.
No asimilaba su cuerpo, pero no veía recuerdos borrorsos, era el cuerpo de ese extraño que pocas veces había respirado el aire de su boca, que ahora estaban compartiendo la misma cama, que se fusilaban con las miradas y el deseo se reflejaba en la voracidad de los movimientos, el hambre de ambos cuerpos se consumía, ya nada se veía en el calor de la habitación.
La piel era tan extraña. Sí, era extraño sentir la piel, igual de tibia, recorriéndola, dejar rubor en la piel de sus mejillas, la tersa piel de sus piernas, la pálida piel de sus espalda.
Finalmente se consumían, se bebían, se saciaban, se admiraban y se enredaban dulcemente, enorme la dicha de tenerlo adentro y de sentir su respiración acelerada, imaginar los latidos atropellados y hacer de él un mundo, crear en ella una madonna, dejarla dominar la Tierra y convertirla en reina, de un par de horas, de una noche sola, mirarla y admirarla, recorrerla con los ojos y tener su cuerpo en las manos.
Cuando el aliento se encontró con ellos, las miradas se chocaron otra vez, y una angustiosa satisfacción la atacó por sorpresa.
- Perdoname. - Dijo sin cerrar los ojos.
- No hay drama, boluda. - La tranquilizó. - Está todo bien.
Se vistieron y volvieron a sentarse... hasta que la hora los separó.
Dichosos los dos corazones que latieron juntos esa noche en su tercer encuentro.

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