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I
De vuelta a París.
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De vuelta a París.
- ¡Sorprendente! - Exclamó Allondra al tropezarse con un vidrio verde.
- No lo toques, ha estado en el suelo y está muy sucio, déjalo. - Reclamó su madre, con cara de asco.
Allondra dejó el vidrio en el suelo y siguió caminando. Un vidrio de botella de cerveza, era tan común, había millones por ese lugar.
Tenían ambas sus piernas moretoneadas y cortajeadas, otros vidrios habían tocado su piel, quizás la habían infecado. Allondra se sentó en el suelo y la madre sintió el tirón en su brazo de la nena apoyándose en el suelo y se detuvo.
- Estás cansada, ¿eh? - Preguntó poniéndose en frente suyo.
- Sí. - Afirmó la pequeña, habían caminado toda la madrugada y ya siento las tres de la tarde estaban muy cansadas ambas, y se sentó su madre a su lado.
- Yo también, pero ya estamos por llegar. Mira. - Dijo señalando el río que se veía a unos metros de distancia de ellas, era un riachuelito sucio pero marcaba toda una etapa. - Cuando crucemos el río, solamente nos faltarán un par de horas para llegar a la casa de Gaspar.
- ¿Un par de horas? - Preguntó angustiada, estaba exhausta, un par de horas serían más o menos como la madrugada.
- Anda, no es mucho... y cuando lleguemos, Gaspar nos prestará su cama y allí podrás dormir. - Alentó la madre. Su frente estaba perlada de la transpiración, estaban ambas muertas de calor, la casa del tío parecía una meta inalcanzable.
Vio los pies de la nena, parecía que algunos vidrios se habían infiltrado en el calzado y sangraban un poco, era poco perceptible la sangre entre la tierra y la arena. Suspiró y cargó a la nena en brazos.
- Te llevaré los siguientes treinta minutos, así no tienes que caminar y descansas un poco, ¿sí? - La nena asintió y se aferró al pecho de la madre, mientras comenzaba de nuevo el camino.
El cielo pintaba gris, sentían la llovizna caer sobre sus cabezas y esto despertó a la pequeña.
- Ya estamos por llegar, Allondra, no te preocupes. - Media hora. Ya eran las cinco, y estaban por llegar, efectivamente, a la casa de Gaspar. Podían notarse los edificios a unos pocos metros, la Capital.
Allondra... Allondra... Allondra.
Un portazo, mató el sueño de la nena y se encontró en la cama de Gaspar. Llovía afuera.
Se bajó de la cama y fue descalza a la cocina, haciendo chillar las maderas del suelo.
- ¡Ah! - Gritó cuando caminó unos pasos, sus pies dolían muchísimo.
En la cocina encontró a la madre, exhausta, hablando con Gaspar en francés. Extrañaba escucharlos hablar en francés, no los escuchaba desde que su padre lo suplantó por el español. No entiendía demasiado, casi nada, pero se sorprendió al ver de nuevo la cara de su tío.
Cuando vio su cara asomarse por la puerta, Gaspar le regaló una sonrisa a Allondra. Muchos años, pensó, la última vez que la había visto había sido hacía algunos meses, y estaba dormida. Sin embargo, oía esas conversaciones tan fluídas en francés.
- ¡Te despertaste! - Exclamó Gaspar.
Ella no respondió, caminó tímida hacia él hasta que decidió subirla a la mesada en la que estaban apoyados con su madre.
- Unos días, simplemente unos días. - Susurró su madre a su hermano.
- No pongas fecha, el tiempo que necesiten será tiempo justo. - La contuvo.
Allí, Gaspar las invitó a ambas a subir al techo de su casa. Allondra tenía algunos vagos recuerdos, por eso le fue estimulante la invitación.
Estaban, los tres, admirando los techos de las casas de París.
¡París, cómo te extrñaban!
- No lo toques, ha estado en el suelo y está muy sucio, déjalo. - Reclamó su madre, con cara de asco.
Allondra dejó el vidrio en el suelo y siguió caminando. Un vidrio de botella de cerveza, era tan común, había millones por ese lugar.
Tenían ambas sus piernas moretoneadas y cortajeadas, otros vidrios habían tocado su piel, quizás la habían infecado. Allondra se sentó en el suelo y la madre sintió el tirón en su brazo de la nena apoyándose en el suelo y se detuvo.
- Estás cansada, ¿eh? - Preguntó poniéndose en frente suyo.
- Sí. - Afirmó la pequeña, habían caminado toda la madrugada y ya siento las tres de la tarde estaban muy cansadas ambas, y se sentó su madre a su lado.
- Yo también, pero ya estamos por llegar. Mira. - Dijo señalando el río que se veía a unos metros de distancia de ellas, era un riachuelito sucio pero marcaba toda una etapa. - Cuando crucemos el río, solamente nos faltarán un par de horas para llegar a la casa de Gaspar.
- ¿Un par de horas? - Preguntó angustiada, estaba exhausta, un par de horas serían más o menos como la madrugada.
- Anda, no es mucho... y cuando lleguemos, Gaspar nos prestará su cama y allí podrás dormir. - Alentó la madre. Su frente estaba perlada de la transpiración, estaban ambas muertas de calor, la casa del tío parecía una meta inalcanzable.
Vio los pies de la nena, parecía que algunos vidrios se habían infiltrado en el calzado y sangraban un poco, era poco perceptible la sangre entre la tierra y la arena. Suspiró y cargó a la nena en brazos.
- Te llevaré los siguientes treinta minutos, así no tienes que caminar y descansas un poco, ¿sí? - La nena asintió y se aferró al pecho de la madre, mientras comenzaba de nuevo el camino.
El cielo pintaba gris, sentían la llovizna caer sobre sus cabezas y esto despertó a la pequeña.
- Ya estamos por llegar, Allondra, no te preocupes. - Media hora. Ya eran las cinco, y estaban por llegar, efectivamente, a la casa de Gaspar. Podían notarse los edificios a unos pocos metros, la Capital.
Allondra... Allondra... Allondra.
Un portazo, mató el sueño de la nena y se encontró en la cama de Gaspar. Llovía afuera.
Se bajó de la cama y fue descalza a la cocina, haciendo chillar las maderas del suelo.
- ¡Ah! - Gritó cuando caminó unos pasos, sus pies dolían muchísimo.
En la cocina encontró a la madre, exhausta, hablando con Gaspar en francés. Extrañaba escucharlos hablar en francés, no los escuchaba desde que su padre lo suplantó por el español. No entiendía demasiado, casi nada, pero se sorprendió al ver de nuevo la cara de su tío.
Cuando vio su cara asomarse por la puerta, Gaspar le regaló una sonrisa a Allondra. Muchos años, pensó, la última vez que la había visto había sido hacía algunos meses, y estaba dormida. Sin embargo, oía esas conversaciones tan fluídas en francés.
- ¡Te despertaste! - Exclamó Gaspar.
Ella no respondió, caminó tímida hacia él hasta que decidió subirla a la mesada en la que estaban apoyados con su madre.
- Unos días, simplemente unos días. - Susurró su madre a su hermano.
- No pongas fecha, el tiempo que necesiten será tiempo justo. - La contuvo.
Allí, Gaspar las invitó a ambas a subir al techo de su casa. Allondra tenía algunos vagos recuerdos, por eso le fue estimulante la invitación.
Estaban, los tres, admirando los techos de las casas de París.
¡París, cómo te extrñaban!
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