jueves, 11 de septiembre de 2008

C r o s s e d W a y s

Te pido calma, no hay de qué temer.
Me preguntás qué es lo que tenés y te contesto algo asustada que yo
no lo sé, que no es lo que yo te tengo que decir. Ajusto tus cables y examino cada aparato, se supone que vivirás un poco más.
Destrozás los vidrios con un grito de
agonía, algo debo haber movido mal, te pido perdón y lo regreso a su lugar. Escucho los pitidos. Estás vivo. Te duele.
Entra a la habitación tan impetuoso el que te dirá tu destino, te dice que tenés la cabeza
llena de extrañas cosas y que no sobrevivirás. La agonía recorre tus venas y tu rostro se cubre de una mirada blanca y ausente. Mil disculpas, mi error.
Me cuesta verte así, me siento a tu lado y te tomo la mano, compañera, en tu camino hacia morir. Te dieron
tres años de acá en adelante, ¿no es suficiente? Si no hiciste cosas suficientes como para estar hoy feliz que vas a pasar al descanso eterno no podés pretender que la vida te de permiso para una nueva oportunidad.
¿Te molesto? Me respondés que no, que en ese momento lo que necesitás es una mano amiga, te sonrío con simpatía y me dedico a
callar. Me contás todas tus cosas y te sale del alma llorar, hacelo libremente nadie te va a parar llorar es humano no te hagas el fuerte si no te queda nada más.
Me acerco a tu oído y me cuesta comenzar, te confieso que yo tengo lo mismo y que no se puede contagiar, que
estamos todos iguales en ese maldito hospital.

Sí, vos estás lleno de cosas raras,
también.

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